octubre 26, 2010

Los principios ontológicos



Se llama ente todo aquello que “es”. Puede tratarse de una silla, de una montaña, de un ángel, de Don Quijote, de la raíz cuadrada de -1, o aun de absurdos como los triángulos redondos o las maderas de hierro: todo esto “es”, de todo ello puede predicarse el término “es”, y en la medida en que ello ocurre, se trata de “entes” -así como “pudiente” es “el que puede”, “viviente” lo que vive, “floreciente” lo que florece, “amante” el que ama, “lo que es” se llama “ente”-. A lo que hace que los entes sean, se lo llama ser; los entes, por tanto, son porque participan del ser -tal como el pudiente participa del poder, lo viviente del vivir, etc. La disciplina que se ocupa de estudiar los entes se llama ontología. Esta disciplina enuncia una serie de principios, válidos para todos los entes, que se denominan principios ontológicos.






a) El principio de identidad afirma que “todo ente es idéntico a sí mismo”. Con esto no se dice -adviértase bien- que todo ente sea “igual” a sí mismo, porque no es lo mismo la identidad que la igualdad. En efecto, 2 + 2 es igual a 4, pero no idéntico a 4; mientras que 2 + 2 es idéntico a 2 + 2, y 4 es idéntico a 4. Pues la palabra “identidad” deriva del vocablo latino ídem, que quiere decir “lo mismo”, de manera que “identidad” significa “mismidad”. Si a todo lo que no es idéntico se lo denomina diferente, podrá decirse que los iguales, como 2 + 2 y 4, son, no idénticos, sino diferentes. La diferencia admite como una de sus formas a la igualdad, junto a otras formas suyas como lo mayor o lo menor.






Por tanto, si entre dos entes no se encuentra diferencia ninguna, no se tratará de dos entes, sino de uno solo; es éste el llamado principio de la identidad de los indiscernibles (indistinguibles), enunciado por Leibniz (1646-1716).






b) El principio de contradicción sostiene que “ningún ente puede ser al mismo tiempo „P‟ y „no-P‟ “. Con la letra “P” se simboliza cualquier predicado posible (como, por ejemplo, “papel”, o “cenizas”, o “justicia”, etc.), y con “no-P” su negación (es decir, todo lo que no sea papel, o todo lo que no sea cenizas, o todo lo que no sea justicia, respectivamente). El principio señala entonces que ningún ente puede ser al mismo tiempo, por ejemplo, "papel y no-papel"; si bien ello puede ocurrir en tiempos distintos, porque si se quema la hoja de papel, éste deja de ser papel, y se convierte en cenizas (no-papel).






c) El principio de tercero excluido dice que "todo ente tiene que ser necesariamente 'P' o 'no-P' ". Para retomar el ejemplo anterior: todo ente tiene que ser papel o no-papel (entendiendo por "no-papel" todos los infinitos entes que haya, menos el papel); porque, en efecto, si se trata de cenizas, será no-papel; si se trata de un ángel, será no-papel, etc. Como forzosamente tiene que tratarse de una de las dos posibilidades -o P o no-P-, excluyéndose absolutamente una tercera, por ello el principio se llama de "tercero excluido". (Obsérvese, como una aplicación de este principio, que en matemáticas las llamadas demostraciones por el absurdo se apoyan en él).






d) El principio de razón suficiente, o simplemente principio de razón (o del fundamento), conocido también como principio de Leibniz, porque este filósofo lo enunció por primera vez, afirma que "todo tiene su razón o fundamento"; o, dicho negativamente, que no hay nada porque sí. El hecho de que el lector esté leyendo estas líneas, v.gr. tiene su razón, su fundamento; como, digamos, el deseo de enterarse de qué es la filosofía. El principio sostiene que no puede haber nada absolutamente que no tenga su respectivo fundamento; no sostiene, ni mucho menos, que se conozca ese fundamento, porque en efecto ocurre muchísimas veces que se desconoce el fundamento o razón de tal o cual ente. No se sabe, por ejemplo, la causa de una cierta enfermedad, como el glaucoma, pero ello no significa que no tenga su fundamento; casos como éste no hablan contra el principio de razón, sino más bien contra nuestra capacidad para penetrar en las cosas y determinar sus respectivas razones.



Fuente: Carpio, A. P. PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA, UNA INTRODUCCIÓN A SU PROBLEMÁTICA.

octubre 08, 2010

La Relatividad



Básicamente, hablando en general, la filosofía ha evolucionado tomada de la mano de la ciencia. Ya que como es conocido, la filosofía es muy amplia, por ejemplo, se puede hablar desde el mundo subjetivo hasta el mundo objetivo.







Folosóficamente sobre el significado de “ciencia”, se puede tomar desde un punto tan general como específico se desee. Todo es cuestión de que tan a fondo se quiera llegar en el campo sobre el que se va a hablar y si se le puede o no considerar ciencia, o de qué depende para llamarse ciencia.







La ciencia según mi concepto general y que en base a mi experiencia he podido desarrollar, la puedo describir como un concepto que usualmente se utiliza para referirse al conocimiento sistematizado en cualquier campo, pero que suele aplicarse a la organización de la experiencia de las percepciones que son objetivamente comprobables. Alguna diferencia marcada en la ciencia se puede distinguir entre lo conceptual y lo aplicado.







Me gustaría enfocarme en la relación que existe entre la filosofía y la ciencia cuando a mi parecer hay circunstancias en las que se encuentran estrechamente relacionadas y no individuales como es habitual verse.







Algunos grandes científicos mostraron interés por la filosofía de la ciencia, como Galileo, Isaac Newton y Albert Einstein; los cuales hicieron importantes contribuciones. Muchos científicos, desafortunadamente se han dado por satisfechos dejando la filosofía de la ciencia a los filósofos, y han preferido dedicarse de lleno a la ciencia.







Entre los filósofos, la filosofía de la ciencia ha sido siempre un problema central; dentro de la tradición occidental. Entre las figuras más importantes anteriores al siglo XX destacan Aristóteles, René Descartes, John Locke, David Hume, Immanuel Kant y John Stuart Mill.







La filosofía de la ciencia no se denominó así hasta la formación del Círculo de Viena, a principios del siglo XX. En la misma época, la ciencia vivió una gran transformación a raíz de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica. En la filosofía de la ciencia actual las grandes figuras que destacan son, Karl R. Popper, Thomas Kuhn, Imre Lakatos y Paul Feyerabend.







La meta de la ciencia aristotélica era explicar “por qué” pasan las cosas. La ciencia moderna nació cuando Galileo empezó a tratar de explicar “cómo” pasan las cosas. De los descubrimientos de Galileo y de Newton, en la siguiente generación, surgió un universo mecánico, de fuerzas, presiones, tensiones, oscilaciones y ondas. Al parecer, no existía fenómeno alguno en la naturaleza que no pudiese ser descrito en términos de nuestra experiencia ordinaria, formado por un modelo concreto o predicho por las leyes mecánicas asombrosamente exactas de Newton.







El filósofo inglés John Locke trató de penetrar en la “esencia real de las sustancias” distinguiendo entre lo que llamaba las cualidades primarias y secundarias de la materia. Así consideró que la forma, movimiento, solidez y todas las propiedades geométricas eran cualidades reales o primarias, inherentes al objeto; mientras que las propiedades secundarias, como los colores, sabores, etc., eran simples proyecciones sobre los órganos sensorios.







Como dijo Berkeley, el archienemigo del materialismo: “Todo el coro del cielo y todas las cosas de la tierra, en una palabra, todos los cuerpos que forman la poderosa estructura del mundo, no poseen sustancia alguna sin nuestra mente… y mientras no sean percibidos por mí, o existan en mi mente o en la de cualquier otro espíritu creado, no tienen existencia alguna o bien subsisten en la mente de algún Espíritu Eterno”.







Berkeley, Descartes y Spinoza atribuyeron a Dios una armonía funcional de la naturaleza. Los físicos modernos, que prefieren resolver sus problemas sin recurrir a Dios –aunque esto parece ser cada día más difícil–, ponen de relieve que la naturaleza obra misteriosamente según principios matemáticos. Es precisamente la integridad matemática la que permite a los teóricos como Einstein predecir y descubrir leyes naturales simplemente mediante la solución de ecuaciones.







Born, pensó que la intensidad de cualquier parte de una onda era la medida de la distribución probable de partículas en ese punto. De esta manera, las ondas de materia fueron reducidas a ondas de probabilidad.







La mayoría de los físicos actuales consideran ingenuo especular sobre la verdadera naturaleza de cualquier cosa. Son empiristas lógicos que sostienen que un científico no puede hacer más que reportar sus observaciones. Por ejemplo, si al efectuar dos experimentos con diferente instrumental, uno parece indicar que la luz esta compuesta de partículas y el otro que está compuesta de ondas, debe aceptar ambos resultados, considerándolos no como contradictorios, sino como complementarios; por sí solo, ninguno de los dos conceptos es suficiente para explicar la luz, pero juntos sí pueden hacerlo. Ambos conceptos son necesarios para describir la realidad y no tiene sentido preguntar cual es realmente verdadero, pues en el léxico abstracto de la física cuántica no existe la palabra realmente.







La física cuántica demuele dos pilares de la vieja ciencia, causalidad y determinación, pues al trabajar con estadísticas y probabilidades abandona toda idea de que la naturaleza exhibe un orden irremediable de causa y efecto. Y al admitir los márgenes de incertidumbre abandona la antigua esperanza de que la ciencia, dados el estado presente y la velocidad de todos los cuerpos materiales del universo, pueda predecir la historia del cosmos en todos los tiempos. Un producto derivado de este abandonar esa esperanza es un nuevo argumento a favor de la existencia del libre albedrío. Porque si los sucesos físicos son indeterminados y el futuro no se puede predecir, algo llamado “mente” puede guiar el destino humano por las infinitas incertidumbres de un universo caprichoso. Desafortunadamente, esto invade regiones del pensamiento que no le conciernen al científico… pero tampoco al psicólogo.







Con la evolución de la física cuántica, la barrera que se levanta entre el hombre, que divisa a través de las nubladas ventanas de sus sentidos, y cualquier realidad objetiva que pueda existir, se ha vuelto insalvable. Ya que cuando intenta penetrar y espiar en el mundo objetivo real, lo cambia y distorsiona por el mero hecho de observarlo, y cuando trata de divorciar este mundo real de sus percepciones sensoriales, no le queda más que un esquema matemático.







El físico del siglo XIX representaba la electricidad como un fluido, y con esta metáfora en mente, desarrolló las leyes que generaron nuestra presente era eléctrica, el físico del siglo XX ahora trata de evitar metáforas. Sabe que la electricidad no es un fluido, y que conceptos plásticos tales como onda y partícula, si bien sirven de guías para nuevos descubrimientos, no deben ser aceptados como representaciones exactas de la realidad. En el lenguaje abstracto de las matemáticas, describe el comportamiento de las cosas, no obstante no sabe lo que son.







Adicionalmente, Einstein expresó más de una vez su esperanza de que el método estadístico de la física cuántica no sea más que un expediente transitorio. “No puedo creer –dijo– que Dios juegue a los dados con el mundo”. Repudia la doctrina positivista de que la ciencia sólo puede reportar y poner en relación recíproca los resultados de la observación; cree en un universo de orden y armonía, y cree que buscando, el hombre puede alcanzar aún el conocimiento de la realidad física.







Einstein aseguró que las leyes de la naturaleza son iguales para todos los sistemas que se mueven uniformemente. Esta declaración, es la esencia de la teoría especial de la relatividad. Incorpora el principio de relatividad de Galileo, que declara que las leyes mecánicas son las mismas para todos los sistemas que se mueven uniformemente, postulando finalmente que todos los fenómenos de la naturaleza, todas las leyes son los mismo para todos los sistemas que se mueven uniformemente unos respecto de otros.







Junto con el de espacio absoluto, Einstein descartó el concepto de tiempo absoluto; gran parte de la oscuridad que ha envuelto la teoría de la relatividad se origina en la antipatía humana a reconocer que el sentido del tiempo, como el del color, es una forma de percepción. Tal como no existe el color sin un ojo que lo perciba, así, un instante o una hora o un día son nada sin un acontecimiento que los señale, y tal como el espacio es simplemente un orden posible de objetos materiales, así el tiempo es simplemente un orden posible de acontecimientos. Pero nuestra noción del tiempo pierde sentido cuando la ciencia estudia zonas alejadas de la vecindad del Sol. Porque la relatividad nos dice que no existe un intervalo fijo de tiempo que sea independiente del sistema a que es referido; no existe la simultaneidad, no existe el “ahora” independiente del sistema de referencia. El hombre no puede asumir que su sentido subjetivo de “ahora” puede aplicarse a todas las partes del universo.







La relatividad por lo tanto, no contradice a la física clásica, simplemente considera los viejos conceptos como casos limitados, aplicables únicamente a las experiencias ordinarias del hombre.







La humanidad define a la realidad solamente tal y como la percibe a través de la pantalla de sus sentidos; la relatividad demuestra que no podemos predecir los fenómenos que acompañan a las grandes velocidades a partir del vago comportamiento de los objetos visibles al “somnoliento” ojo humano. Tampoco se puede asumir que la relatividad trata de casos excepcionales, sino que dan una imagen comprensiva de un universo increíblemente complejo, en el cual los simples acontecimientos mecánicos de nuestra experiencia terrestre son las excepciones.







Antes de conocerse la teoría de la relatividad, los científicos se imaginaban el universo como un vaso que contenía dos elementos distintos, masa y energía, pero Einstein demostró que la masa y la energía son equivalentes, la propiedad llamada masa es simplemente energía concentrada. En otras palabras, materia es energía y energía es materia, y la distancia se refiere sólo a un estado transitorio.







Todos estos conceptos describen simplemente diferentes manifestaciones de la misma realidad, donde ya no tiene sentido preguntar lo que realmente es cada una de ellas.







El movimiento puede descubrirse sólo como un cambio de posición con respecto a otro cuerpo. Hace cuatro siglos el hombre pensaba que el cambio de posición del Sol en el cielo revelaba su movimiento alrededor de la Tierra; y sobre esta hipótesis, los astrónomos de la antigüedad desarrollaron un sistema perfectamente práctico de mecánica celeste, que les permitía predecir con gran exactitud los principales fenómenos del cielo. Su suposición era natural, pues no podemos “sentir” nuestro movimiento a través del espacio, ningún experimento físico –hasta el momento- ha demostrado que la Tierra está realmente en movimiento, y aunque todos los otros planetas, estrellas, galaxias y sistemas móviles del universo están incesante e incansablemente cambiando de posición, sus movimientos son observables, únicamente al comparar unos con otros.







Einstein, cuya filosofía de la ciencia ha sido tildada a veces de materialista, dijo: “La emoción más hermosa y profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico; es la semilla de toda ciencia verdadera; aquel que es ajeno a esta emoción que no puede maravillarse y quedar sobrecogido de terror esta de hecho muerto. El saber que lo que es impenetrable a nosotros existe, realmente y se manifiesta como la mayor sabiduría y la más radiante belleza que nuestras obtusas facultades pueden conocer solamente en sus formas más primitivas, saber esto, sentirlo, es tocar en el centro de la verdadera religiosidad.”







Y en otra ocasión declaró, “la experiencia religiosa cósmica es el resorte más fuerte y noble de la investigación científica.”







La mayoría de los científicos al hablar de los misterios del universo, sus vastas fuerzas, sus orígenes, su racionalidad y su armonía, tienden a evitar el uso de la palabra de Dios. Sin embargo, Einstein que ha sido llamado un ateo, no tuvo estas inhibiciones: “Mi religión –dijo– consiste en una humilde admiración por el ilimitable espíritu superior que se revela a sí mismo en los pequeños detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y débiles. Esa profunda convicción emotiva de la presencia de un poder razonador superior, que se revela en el incomprensible universo, forma mi idea de Dios.”







El filósofo y el místico, así como el científico, siempre han buscado, mediante sus disciplinas de introspección, llegar al conocimiento de la esencia final e inmutable en que se sustenta este mundo ilusorio y cambiante. Hace más de 23 siglos, Platón dijo: “el verdadero amante del conocimiento se pregunta continuamente por “el ser”… no se detiene en los fenómenos cuya existencia es pura apariencia.”







Pero lo irónico que la búsqueda de la realidad encierra es que, a medida que se conoce a la naturaleza, que el orden emerge del caos, que los conceptos se fundan y las leyes fundamentales alcanzan formas más simples, hace más lejana a la experiencia –más extraña e irreconocible que la estructura ósea que se halla detrás de una cara familiar.







Al tratar de distinguir la apariencia de la realidad y poner al descubierto la estructura fundamental del universo, la ciencia ha tenido que trascender “la turbamulta de nuestros sentidos”.







Un concepto teórico está vacío de contenido en el mismo grado en que se halla divorciado de nuestra experiencia sensorial ya que el único mundo que el hombre puede conocer verdaderamente es el que le han creado sus sentidos. Si se borraran todas las impresiones que nos comunican y que la memoria conserva, nada quedaría para interpretar la naturaleza.







Un estado de existencia carente de asociaciones no tiene sentido. Así, paradójicamente, a lo que el científico y el filósofo llaman el mundo de la apariencia –el mundo de la luz y el calor, de los cielos azules y las hojas verdes, del viento silbante y el agua que murmura, el mundo dibujado por la fisiología de los órganos sensoriales humanos– es el mundo en el que el hombre finito se encuentra encarcelado por su naturaleza esencial. Y lo que los científicos y filósofos llaman el mundo de la realidad –el cosmos sin color, sin sonido, impalpable, que reposa como un témpano más allá del plano de las percepciones humanas– es un esqueleto de estructura compuesto de símbolos.







Mientras los físicos del siglo pasado sabían, por ejemplo, que el carmín de una rosa era una sensación estética subjetiva, creían que en “realidad” la cualidad que llamaban carmín era una oscilación del éter. Actualmente, es una convención identificar el carmín con una determinada longitud de onda, pero es igualmente propio pensar que es el valor del contenido energético de los fotones. Así, en lugar de engañosas y caóticas representaciones dadas por los sentidos, la ciencia ha puesto sistemas de simbolismos variantes.







Como estos sistemas se distinguen por un constante incremento de su exactitud matemática, es difícil encontrar hoy en día un científico que se crea por su habilidad en descifrar errores previos capaces de enunciar verdades definitivas. Los teóricos modernos se dan cuenta, como Newton, que están puestos de pie sobre los hombros de gigantes y que su perspectiva particular parecerá tan distorsionada a la posteridad como a ellos les parece ahora la de sus predecesores*.







“La cárcel –decía Platón– es el mundo de la vista” cualquier vía posible para escape de esta cárcel que la ciencia ha explorado se hunde todavía más en una nebulosa región de simbolismo y abstracción.







Esta claro, que mientras el hombre ha pasado a través del tiempo, ha tenido que cambiar su forma de razonar los mismos eventos, lo que quiere decir, que mantiene una constante búsqueda de la realidad pero que cada vez cuenta con mayores elementos para responder a esa interrogante, aunque siempre se esté a años luz de encontrarla. Sin embargo, no quiere decir, que lo que el hombre a hallado en sus razonamientos, no significa que estén herrados, pues responde a sus necesidades del momento, y tal vez ahí se deduzca que, cuando el hombre se haga la pregunta correcta la necesidad real , encontrará la respuesta correcta, un modelo multifuncional que todo lo explique.







Se creía que la relatividad y todas sus implicaciones, así como su relación con la mecánica cuántica sería casi imposibles de sobrepasar a su comprensión, no obstante, actualmente se ha encontrado una teoría aun más compleja que esta, donde los físicos plantean que todas las dimensiones coexisten en un mismo tiempo y espacio, que una repercute en la otra en un orden descendente a la cual se le ha denominado “teoría de supercuerdas” o “cuerdas”.







Todos los grandes caminos del intelecto, todos los atajos y veredas de la teoría y la conjetura conducen en últimas instancias a un abismo que el ingenio humano no podrá salvar nunca. Porque el hombre está encadenado por la propia condición de su “ser”, su finitud y su estar comprometido en la naturaleza. Cuanto más extiende sus horizontes, tanto más vívidamente reconoce que, como dijo el físico Niels Bohr; “somos espectadores y actores del gran drama de la existencia”. El hombre es, por lo tanto, para sí mismo el más grande misterio. No entiende el vasto y velado universo en que ha sido moldeado por la simple razón de que no se entiende a sí mismo. Sabe muy poco de sus procesos orgánicos y menos aún de su excepcional capacidad de percibir el mundo que lo rodea, de razonar y soñar. Menos aun entiende su más noble y misteriosa facultad: la capacidad de trascenderse a sí mismo y verse en el acto de la percepción.

agosto 24, 2010

Bebidas Energéticas



¿Usted cree que las bebidas energéticas son sanas?


Por: Natalia do Vale, Yahoo! Brasil










Muchos las usan para enfrentar las exigencias de una jornada de fiesta, o para espantar el cansancio de una noche mal dormida. Las bebidas energéticas, también conocidas como "gaseosas para adultos", tienen muchos adeptos por diversas razones.










Y se trata de un producto de popularidad creciente: en países como Brasil su consumo creció casi 50 por ciento entre 2008 y 2009, según números oficiales de los industriales del sector de bebidas gaseosas y no alcohólicas.










Las bebidas energéticas generalmente están asociadas a fiestas, y suelen mezclarse con bebidas alcohólicas. En su fórmula predominan las sustancias estimulantes, que dan más aguante al organismo durante un período determinado. Paradójicamente, los comerciales que las promueven las relacionan con hábitos de vida saludables, como la práctica deportiva. En muchos países, las marcas de bebidas energéticas incluso patrocinan a los deportes más populares, o a campeones del deporte olímpico.










Pero, ¿será que las bebidas energéticas ofrecen verdaderas ventajas a la salud de quienes las consumen? O, por el contrario efectos perniciosos a la salud. ¿Generan dependencia? Para responder a esas y otras preguntas sobre el tema, Mi Vida conversó con varios especialistas que darán sus evaluaciones sobre las ventajas y desventajas del consumo de ese tipo de bebidas.










A continuación el fisiólogo especializado en medicina deportiva, Jorge Zogaib; el entrenador personal Edson Ramalho; las nutricionistas Roberta Stella y Patrícia Ramos, y el médico clínico Flavio Tocci darán las respuestas a las dudas más frecuentes sobre las bebidas isotónicas.










¿Qué es una bebida energética?










Se trata de bebidas a base de cafeína y otras sustancias estimulantes como la taurina y la glucoronolactona, que potencian la respuesta del cerebro a os estímulos, dejando el cuerpo más activo o acelerado. La fórmula de ese tipo de bebidas hace que la persona se sienta con mucho vigor durante algunas horas, con una mayor disposición a la actividad. Pero la acción de los energéticos también tiene un efecto rebote en el organismo. "No es tan cierto que te dan energía; pasado el efecto te sentirás más cansado y se empiezan a sentir los efectos del estrés muscular", explica el fisiólogo Paulo Zogaib. Si son consumidas en exceso, las sustancias estimulantes causan ansiedad, agitación, cefalea, y en algunos casos presentan un grado de toxicidad cuestionable, como sucede con la taurina y la glucoronolactona. "Se trata de sustancias que alteran el funcionamiento de nuestro organismo de forma brusca, por lo que deben ser ingeridas con moderación y cierta cautela", previene Zogaib.










¿Las energéticas hidratan el cuerpo?













Al contrario, son bebidas diuréticas que llevan al organismo a eliminar líquidos. Según la nutricionista Roberta Stella, la principal capacidad de los energéticos es aumentar la resistencia física debido a la presencia de la cafeína en su composición. "No fueron productos desarrollados pensando en la hidratación, y por eso no deben percibirse con esa finalidad; para hidratar, nada mejor que el agua", puntualiza Stella.










¿Por qué la combinación con el alcohol es peligrosa?










Cuando se los consume en combinación con el alcohol, los energéticos provocan el aumento de la adrenalina, palpitaciones, sudores y, dependiendo de la cantidad ingerida, pueden llevar a la deshidratación, porque se trata de dos bebidas con propiedades diuréticas. Según Claudio Zogaib, la combinación del energético con el alcohol es peligrosa, porque lleva a excesos de ingestión en ambas sustancias. "El alcohol es un depresor del sistema nervioso central, porque retarda las respuestas del cerebro a los estímulos; las bebidas energéticas son estimulantes, y por lo tanto cuando ingerimos alcohol se necesita aumentar las dosis de energéticos para lograr el efecto deseado de euforia y bienestar. Quienes beben esa mezcla quedan más acelerados por la acción de los estimulantes, y más desinhibidos por la acción del alcohol, lo cual puede ser peligroso", afirma Zogaib.










¿Las bebidas energéticas son lo mismo que las isotónicas?










No, y confundir unas con otra puede ser peligroso y causar problemas graves de deshidratación. De acuerdo a una investigación realizada en diciembre de 2009 por la Universidad Federal de Sao Paulo, Brasil, el 20 por ciento de las personas que beben energéticos los consumen en los gimnasios como si se tratase de isotónicos (bebidas con un agregado de sodio, sales y glucosa muy consumidas por los deportistas para hidratarse). Las bebidas energéticas fueron creadas para amenizar la sensación de cansancio y decaimiento, mientras los isotónicos tienen como objetivo reponer el agua y las sales minerales que perdemos tras una actividad extenuante. "Los energéticos aceleran nuestro cerebro y nuestras funciones, camuflando la sensación de cansancio. En cambio los isotónicos reponen nutrientes importantes. Cambiar uno por otro puede comprometer la salud y el desempeño de quienes no están atentos a las diferencias", explica la nutricionista Ramos.










¿Hace mal tomar los energéticos en ayunas?










El riesgo de tomar un estimulante con el estómago vacío, está ligado a la absorción de las sustancias por el organismo. "Un refresco energético que se toma en ayunas puede comprometer las funciones del estómago y de todo el aparato digestivo, además de potenciar los efectos de la bebida en la medida en que su absorción se hace más rápida y sus efectos más intensos", previene el fisiólogo Zogaib.










Beber sólo un energético, sin combinarlo con alcohol, ¿puede perjudicar la salud?










Los médicos consultados aseguran que los energéticos a solas también hacen mal. Pero que son más peligrosos combinados con bebidas alcohólicas u otras substancias, gracias a la fuerte presencia de cafeínas y estimulantes similares.










¿Las bebidas estimulantes perjudican el sueño?










Claro, porque en un primer momento se pierde el sueño y la persona queda acelerada. Pero cuando se termina el efecto el organismo necesita compensar las horas de sueño y tiende a dormir más, para compensar el sueño perdido.